Con el fin de llamar la atención y captar liquidez a cualquier precio, los bancos omiten información o lo explican de forma que el consumidor con una nivel de educación financiera medio no alcanza a comprender en su totalidad. Es necesario conocer en qué consisten estos productos para poder evaluar la rentabilidad/riesgo que nos ofrece.
Los conocidos como “productos tóxicos” son aquellos ofrecidos como productos con plenas garantías, y para un tipo de cliente especial, pero que luego resultan conllevar una rentabilidad no sólo variable, sino que tampoco está garantizado el capital principal ya que depende de índices variables y de la evolución económica y financiera.
Un producto tóxico no tiene por qué se una estafa, simplemente es un producto que a usted no le conviene por sus características como ahorrador y que la entidad financiera le ha vendido aun sabiendo que conlleva mucho riesgo para sus ahorros.
¿Cuáles son los productos tóxicos más comunes?
Depósitos estructurados: el banco ofrece al cliente un depósito referenciado a la evolución de índices bursátiles de diferentes países, índices de referencia complejos, la evolución de una determinada empresa en bolsa, etc. Debido a la volatilidad en estos momentos de los mercados bursátiles y de la economía en general es un producto muy “inestable”. No conviene contratar productos que no estén en función de la cotización española. Si se apuesta por un mercado internacional, se desconoce al emisor final y las oficinas españolas no podrían reclamar en caso de fraude o, por lo menos, sería muy complejo. Esto mismo ha ocurrido con las inversiones de clientes españoles en Lehman Brothers. En sí, no son productos “tóxicos”, pero se comercializaron en periodo de crisis, cuando el riesgo era más evidente.
Las diferentes versiones de permutas financieras.Son los denominados “swap”, un producto financiero legal, pero de alto riesgo, y por el que miles de personas se han visto obligadas a pagar cantidades enormes de dinero en concepto de un seguro que no era tal. Todo empezó cuando, hace apenas dos años, el Gobierno solicitó a las entidades bancarias que ofrecieran a sus clientes algún producto que les respaldara en el caso de una gran subida de los intereses, de manera que se evitara el riesgo de tener que pagar cada vez más por las hipotecas o por otro tipo de préstamos. Los bancos comercializaron una “especie” de seguro que, en teoría, ofrecía ese respaldo a sus mejores clientes.
El reclamo era que no tenía riesgos y estaba libre de gastos. A través de los “swaps”, el cliente y el banco realizan una apuesta. Si suben los tipos de interés, el cliente gana, pero si bajan, pierde. Las ventajas ante una subida de los tipos están muy limitadas -en ocasiones, en torno al 0,1%-, mientras que las bajadas no tienen límites. El cliente sufre una pérdida íntegra. Otro problema añadido es que estas permutas financieras son productos independientes de la hipotecas, por lo que de nada sirve subrogarla y pasarla a otra entidad ya que el problema permanecerá.
Participaciones Preferentes: Comercializadas por muchas entidades financieras para obtener liquidez durante los últimos años. En muchas ocasiones fueron ofrecidas o comercializadas al ahorrador como un producto seguro, en el que en cualquier momento se podría recuperar el dinero y con una buena rentabilidad. En definitiva, se le decía al cliente que “es como un depósito”. En cambio, la CNMV define a este producto como “un producto complejo y de riesgo elevado”. Además son valores en los que no existe garantía sobre el capital, la rentabilidad queda supeditada a si el emisor (entidad financiera) obtiene beneficios. Además, no tienen liquidez inmediata, son de emisión perpetúa, aunque normalmente se introduce una posibilidad de amortización a los 5 años acudiendo a un mercado secundario (AIAF) en el que otro inversor deberá comprarlas. Normalmente en este mercado estos títulos se venden muy por debajo de su nominal, por lo que al final se generarán pérdidas en el capital invertido.
Bonos convertibles en acciones. Son instrumentos a largo plazo. Por lo general, su fecha de amortización alcanza los cuatro o cinco años y se caracterizan por su naturaleza híbrida. El banco ofrece un interés fijo mientras dura el bono y, al final del periodo, se canjea por acciones de la entidad. El peligro es que el ahorrador se convierte en accionista del banco y el producto que parecía una inversión con un interés a plazo fijo se convierte en otra que depende de mercados de renta variable, con riesgo de perder dinero. Además, los bonos convertibles implican otros sobresaltos para el ahorrador: algunas entidades que los ofrecen rentan según el Euribor a partir del segundo año. Incluso, el banco puede amortizar el bono de manera anticipada sin previo aviso. En definitiva, es un producto cuya rentabilidad no sólo es variable, sino que tampoco está garantizada ya que depende del beneficio distribuible de cada año, de la evolución económica y financiera y de la situación de los fondos propios.
El último riesgo se detecta en el momento del canje de las acciones. Desde que vence el bono y la entidad entrega las acciones al inversor, pueden pasar semanas. Un tiempo en el que es muy probable que se desvaloricen, sobre todo porque, finalizado el periodo del bono, entrarán al mercado millones de acciones de cada entidad al mismo tiempo, por lo que su precio bajará.